Por Francisca Mena
Como esas parejas que pelean todos los días, que no se soportan, que se subirían y se dejarían caer si pudieran, están ellos. Tratan de arreglarse, se juntan, conversan. Ya no se quieren, ya no están llenos de ilusiones por construir un reino que en donde sus hijos pudieran vivir en alegría. Ya no quieren hacer del baño un ministerio, del comedor una sala de reuniones ni del dormitorio un gobierno. La cocina, la mesita donde desayunaban y se miraban enamorados, se llenan nostalgia de lo que fueron.
Viven de los recuerdos, cuando cada proyecto que emprendían era una novedad en fiesta, una suma de encantos e ilusiones que ofrecían sin más que la sonrisa sincera para dar un poco más de ellos. Es que había tanto que mejorar y otro tanto más por recuperar. La casa se sostenía sólo al esfuerzo de ellos. Habían luchado tanto para estar juntos…saltando rejas, mandándose cartas, juntándose en protestas con unos pantalones amasados y chasquillas que aumentaban 15 centímetros la estatura inicial. El amor que se profesaban, que había comenzado en un rayo de luz una tarde de octubre se apagaba a manos de quien usurero, se llevaba no sólo lo que debía sino lo que quedaba de las ganas de querer envejecer juntos.
El cura del barrio había sido espectador y omitiendo las instrucciones de sus padres, los casó en una lluvia de marzo con arco iris, en una iglesia vacía con dos amigos (la chascona Luisa y el cabezón Martínez), mientras a modo de celebración se tomaban un terremoto en el Pancho Causeo. Las fotos sacadas ese día por el cabezón Martínez (único en toda la cuadra con cámara fotográfica) en el living son un insulto mientras se gritan intempestivamente: parecen tan mezquinos mientras discuten la plata y qué hacer con ella. Sus hijos escuchan en silencio la discusión. A medida que aumentan los gritos de sus padres, crece el tamaño de los ojos los testigos.
Les habían prometido tanto. Sin embargo los hijos perdieron las esperanzas, ya no creen en ellos. Vieron como su mamá quedaba con el vuelto del pan y lo gastaba en maquillaje de catálogo. Miraron a su papá llegar medio cufifo un día martes en donde ni un beso de buenas noches existió. Escucharon debajo de la cama como peleaban por quien ocupaba más espacio en el closet y donde pasar la navidad. Extrañan cuando sus papás, jugando a ser de la tele, les cantaban “La alegría ya viene” haciéndoles creer que la canción pertenecía al circuito de rondas infantiles. Lo mejor de esas tardes, es que efectivamente venía la alegría en un paseo a Mundo Mágico.
Lastima que este año sea el último en que los verán juntos. Después de 20 años haciendo un país mejor la codicia y el poder los separó. Nunca tuvieron las maletas tan hechas y tanto miedo de separarse. ¿Cómo fue que se transformaron en eso? ¿Cómo fue que perdieron tanto el sentido de lo que hacían? ¿Cómo fue llenaron a sus hijos de ilusiones para quitárselas en un par de años? ¿Cómo fue que de un momento a otro dejaron a su reino sin esperanzas?
Las maletas están listas, esperan al lado de la puerta. La última jugada, la última comida, la última mirada. Todos expectantes esperando el milagro en la elección.
Como esas parejas que pelean todos los días, que no se soportan, que se subirían y se dejarían caer si pudieran, están ellos. Tratan de arreglarse, se juntan, conversan. Ya no se quieren, ya no están llenos de ilusiones por construir un reino que en donde sus hijos pudieran vivir en alegría. Ya no quieren hacer del baño un ministerio, del comedor una sala de reuniones ni del dormitorio un gobierno. La cocina, la mesita donde desayunaban y se miraban enamorados, se llenan nostalgia de lo que fueron.
Viven de los recuerdos, cuando cada proyecto que emprendían era una novedad en fiesta, una suma de encantos e ilusiones que ofrecían sin más que la sonrisa sincera para dar un poco más de ellos. Es que había tanto que mejorar y otro tanto más por recuperar. La casa se sostenía sólo al esfuerzo de ellos. Habían luchado tanto para estar juntos…saltando rejas, mandándose cartas, juntándose en protestas con unos pantalones amasados y chasquillas que aumentaban 15 centímetros la estatura inicial. El amor que se profesaban, que había comenzado en un rayo de luz una tarde de octubre se apagaba a manos de quien usurero, se llevaba no sólo lo que debía sino lo que quedaba de las ganas de querer envejecer juntos.
El cura del barrio había sido espectador y omitiendo las instrucciones de sus padres, los casó en una lluvia de marzo con arco iris, en una iglesia vacía con dos amigos (la chascona Luisa y el cabezón Martínez), mientras a modo de celebración se tomaban un terremoto en el Pancho Causeo. Las fotos sacadas ese día por el cabezón Martínez (único en toda la cuadra con cámara fotográfica) en el living son un insulto mientras se gritan intempestivamente: parecen tan mezquinos mientras discuten la plata y qué hacer con ella. Sus hijos escuchan en silencio la discusión. A medida que aumentan los gritos de sus padres, crece el tamaño de los ojos los testigos.
Les habían prometido tanto. Sin embargo los hijos perdieron las esperanzas, ya no creen en ellos. Vieron como su mamá quedaba con el vuelto del pan y lo gastaba en maquillaje de catálogo. Miraron a su papá llegar medio cufifo un día martes en donde ni un beso de buenas noches existió. Escucharon debajo de la cama como peleaban por quien ocupaba más espacio en el closet y donde pasar la navidad. Extrañan cuando sus papás, jugando a ser de la tele, les cantaban “La alegría ya viene” haciéndoles creer que la canción pertenecía al circuito de rondas infantiles. Lo mejor de esas tardes, es que efectivamente venía la alegría en un paseo a Mundo Mágico.
Lastima que este año sea el último en que los verán juntos. Después de 20 años haciendo un país mejor la codicia y el poder los separó. Nunca tuvieron las maletas tan hechas y tanto miedo de separarse. ¿Cómo fue que se transformaron en eso? ¿Cómo fue que perdieron tanto el sentido de lo que hacían? ¿Cómo fue llenaron a sus hijos de ilusiones para quitárselas en un par de años? ¿Cómo fue que de un momento a otro dejaron a su reino sin esperanzas?
Las maletas están listas, esperan al lado de la puerta. La última jugada, la última comida, la última mirada. Todos expectantes esperando el milagro en la elección.
0 comentarios: