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Por Catalina Gaete
Un país cargado de desilusión que aún alberga esperanzas de superación

Chile, el “jaguar de Latinoamérica”, es un país con más de dieciséis millones de habitantes, extendidos en una larga y angosta faja de tierra. Organizado bajo un régimen democrático y con un sistema neoliberal imperando en la economía; un sistema que nos acercó al 6% de crecimiento, durante el año 2004, impulsado principalmente por los altos precios del cobre y otras exportaciones. Así se nos ha dado esta mítica designación felina en Sudamérica, pero que esconde serias desigualdades en la distribución de ingresos y en la conformación social.

Mientras crecíamos a pasos agigantados y los rostros de empresarios y exportadores esbozaban amplias sonrisas, las remuneraciones de los empleados y trabajadores no aumentaban –a pesar de la bonanza económica- posicionando a Chile como una de las economías más desiguales del mundo, según el índice de Gini, el cual mide las distribuciones de ingresos en cada país con una nota de cero a cien. Cero indica una sociedad totalmente igualitaria y cien una de extrema desigualdad. Chile está ubicado en un coeficiente 58, el segundo país más desigual en Latinoamérica, sólo después de Brasil (59).

Nuestra sociedad está segmentada en una escala socioeconómica que nos ubica según nuestras propiedades, estudios y profesiones, viendo la pobreza absoluta en el extremo inferior, la amplia y conocida clase media, precisamente, en la mitad y las adineradas clases altas en el extremo superior.

Este panorama de desigualdad social se ve acrecentado en periodos como el que hoy vivimos. Estamos ante una crisis que ya ha declarado a la economía estadounidense en recesión, con serias consecuencias –hoy y en años venideros- para los países que dependen de ella. Chile depende de esta resentida economía y la crisis nos ha otorgado una inflación que bordea el 9% anual. Las empresas exportadoras que tenían a Estados Unidos como principal comprador, han disminuido sus logros comerciales, traduciendo esto en despidos masivos de trabajadores. Es decir, ya no sólo las empresas tienen menos utilidades –por lo tanto remuneraciones más frágiles- sino que, como “solución”, despiden a sus trabajadores en medio de la crisis económica.


Ante esto, ¿podemos preguntarnos por el concepto de Movilidad Social? Concepto que se relaciona a la igualdad de oportunidades, en el sentido de que todos los individuos, independientemente de su herencia social -por ejemplo el ingreso o la educación de sus padres- tengan las mismas probabilidades, en correspondencia a su esfuerzo, para alcanzar sus objetivos. Si bien, Chile es uno de los países con mayor desigualdad, también es uno de los pocos países en Sudamérica con altas cifras de movilidad social.

Definitivamente, estamos lejos de las sociedades feudales, fuertemente estamentadas, donde nacer mendigo o burgués, significaba morir de la misma forma; ni hablar de superación o emprendimiento para los hijos o los nietos. Esas lejanas realidades se ven reflejadas en nuestra sociedad, con lo que hoy conocemos como movilidad social, la cual no se mide de un año a otro, sino que es un estudio generacional. Los quintiles, índices que segmentan a los hogares chilenos por ingresos per cápita, serán la forma de evidenciar la movilidad social: si una familia se mantiene en un mismo quintil, durante más de diez años, podremos concluir que no ha habido movilidad social. Si se asciende o desciende en esta escala, el proceso de movilidad se está llevando a cabo en nuestra sociedad.

Aunque para algunos cueste entenderlo y si bien es un trabajo difícil, lleno de sueños y perseverancia, los chilenos podemos ascender socialmente, incluso cuando las condiciones no nos favorecen y el futuro es poco auspicioso.

En efecto, según la encuesta social CASEN, un 54,84% de los pobres de 1996 no son pobres en el 2001, y el 11,36% de los que no son pobres en el 1996 son pobres el 2001. Este resultado indica que existe un grupo importante en torno a la línea de la pobreza que es altamente vulnerable. Es decir, hay movilidad social tanto hacia adentro como también hacia fuera de la pobreza. La dinámica descrita se ve reflejada en la disminución del porcentaje de pobres a nivel global entre el período evaluado: de 22,36% en 1996 a 18,92% en el 2001.

Entonces, la movilidad social en Chile sí existe. Algo que podemos evidenciar no sólo a través de cifras y estudios, sino que con ejemplos cotidianos y cercanos a nuestras propias realidades. Victoria Salgado es un ejemplo de esos que inspiran a creer en esta posibilidad. Una consultora y conferencista internacional proveniente del extremo inferior de la escala socioeconómica, que sin estudios ni títulos ni postgrados, enseña y entrega sus habilidades a empresarios y gerentes del mundo. Un ejemplo que logra constatar que la movilidad social en Chile es un trabajo difícil, donde las oportunidades no se encuentran: se buscan. Sólo así se logra la superación de la desigualdad; con esfuerzo, autosuficiencia, independencia, seguridad y el más puro espíritu emprendedor.