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Por Oriana Miranda
Recuerdo a mi mamá diciéndome “cuando yo me muera y me vaya al cielo, y Dios me pregunte: Ximena, ¿por qué tomaste pastillas anticonceptivas?, yo le diré, pucha Dios, perdona, pero es que no podía tener más hijos...” ¿Será ésta una duda generalizada entre las mujeres católicas? ¿Será efectivamente impedimento para la vida eterna?

La anticoncepción es inmediatamente calificada por la facción más conservadora de la Iglesia Católica como pecado grave, sin importar si es practicada dentro de un matrimonio (cabe asumir que menos aún en relaciones pre maritales) o las razones que éste pueda tener para decidir retrasar o impedir la llegada de los hijos.

“Diversos documentos de Juan Pablo II han enseñado de modo uniforme que la anticoncepción es siempre materia de pecado grave”, explica el sacerdote Juan Hernández, de 58 años.

En la encíclica Familiaris Consortio, del Papa polaco, se señala que “cuando los esposos, mediante el recurso a la anticoncepción, se comportan como árbitros del designio divino; manipulan y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación total. Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, la anticoncepción impone un lenguaje objetivamente contradictorio; el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal.”

Pero dentro de la misma Iglesia, se pueden encontrar voces que aportan nuevos matices a una discusión que ha debido adaptarse a los tiempos en los que vivimos, donde la tasa de natalidad se ha estancado, incluso ha disminuido, en el segmento tradicional de las mujeres entre 25 y 35 años, y se ha disparado entre las adolescentes.

Rodrigo Bastías, sacerdote de 30 años de edad, asegura que, si bien no es aconsejable el uso de anticonceptivos y es preferible la planificación natural de la familia, “es aceptable su uso responsable para el control de natalidad”, es decir, “manteniendo pareja única y no confundiendo libertad con libertinaje”.

Entonces, parece ser que la respuesta para mi mamá y para tantas otras mujeres, es que si la iglesia está dividida, la decisión es exclusivamente de ellas, y que va a depender de lo fervientemente religiosas que sean y de la manera en que viven su sexualidad.