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Grandes Glorias del Pasado

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Por Sofía Brinck
Lota es, a primera vista, una ciudad como cualquiera del sur de Chile. Está compuesta por Lota alto y bajo, cuenta con un supermercado local, una plaza de armas, un par de restaurantes no muy bien cuidados y calles estrechas de adoquines, que uno puede recorrer y que transportan al pasado.
No parece haber nada especial en ella, pero en sus alrededores y con su gente se forjó una etapa muy importante de la historia nacional que fue fundamental en la economía y el desarrollo del país.
En Lota y sus alrededores se encuentran los más importantes yacimientos subterráneos carboníferos que hay en Chile, los cuales fueron explotados entre 1884 y 1997, siendo parte muy importante del crecimiento económico nacional. Además, la ciudad obtuvo renombre nacional con el libro de Baldomero Lillo, “Subterra”, el cual narraba la vida de los obreros en la mina y todas las penurias que soportaban día a día.
Pero las viejas glorias del carbón ya pasaron y en la actualidad, la ciudad trata de seguir adelante aunque el clima es adverso. Con una tasa de 12,6% de desempleo (la más alta en Chile junto a San Antonio y a Talcahuano según el último informe del INE), Lota busca la manera de resurgir y volver a ser el centro pujante y solvente que alguna vez fue.


Viejas batallitas en las profundidades

Aunque las minas cerraron hace ya muchos años, Lota sigue siendo relacionada exclusivamente con la industria del carbón. Aunque ya no bajan los mineros y el oro negro, como se le llamó algún día al mineral, ya no sale a la luz, las consecuencias del duro trato que recibían los trabajadores y las paupérrimas condiciones en que operaban siguen estando visibles y causando estragos en aquellos que alguna vez bajaron cada día a la mina y ésta cobró su precio.
En el tiempo en que las excavaciones bullían diariamente de actividad, las cosas tampoco favorecían mucho a los mineros, los que trabajaban en condiciones muy precarias y bajo un régimen explotador. Las horas de trabajo eran de sol a sol y empezaban a contar cuando el trabajador estaba ya en la mina, todo el trayecto –que a veces duraba mucho pues cada mina tenía una profundidad diferente- era aparte. En un comienzo no contaban con cascos de seguridad y su vestimenta consistía en pantalones de saco de harina y el torso descubierto.
Las condiciones, aparte de peligrosas, eran míseras: no habían baños en la mina y estaba prohibido subir para hacer las necesidades, por lo que las hacían en la mina y esto llevó a la proliferación de guarenes en su lugar de trabajo.
El almuerzo lo traían ellos desde sus hogares y consistía en un pan amasado y una charrita de té, a la que a veces se le agregaba malicia para soportar las duras horas de trabajo. Su única fuente de iluminación era una lámpara a aceite que llevaban con ellos y que contribuía al peligro de explosión por el temido gas grisú que emanaba de las profundidades.
Gran parte de la población de Lota trabajó en alguna de las minas o tuvo a algún pariente que lo hiciera, por lo tanto todos conocen las desastrosas consecuencias que conllevaba pasar hasta 12 horas bajo tierra, diariamente y durante años.
Los mineros sufrían de neumoconiosis y silicosis, enfermedades al pulmón causadas por aspirar diferentes partículas que colmaban el ambiente da la mina y que les llenaban los pulmones de polvo y más tarde de cicatrices, lo que a largo plazo los llevaba a la muerte. También se desarrollaba frecuentemente cáncer al pulmón, artritis en las articulaciones por el largo rato que pasaban en la misma posición y varias otras enfermedades respiratorias y de los huesos.

A pesar del paso del tiempo, y de que la población se dedica a otras actividades, el concepto que se tiene de la ciudad permanece ligado a la actividad carbonífera y a las penurias que traía consigo. Pero el estigma de ciudad pobre, triste y poco productiva no es sólo imaginativo, ya que la cesantía, el descuido y la falta de dinero han hecho de Lota tan sólo una quimera de lo que algún día fue.


Una solución insospechada
Si un hombre trabajó en el carbón y vivió las penurias que conllevaba la vida en la mina, se siente orgulloso de ello y sus recuerdos le dan un porte altivo, que lo diferencia del resto. Es por eso que, aparte de la escasez de trabajo en la zona, los mineros no gustaban de emplearse en cualquier cosa, porque su orgullo como trabajadores del mineral persistía.
Mas pasaron los años y la cesantía era tan grande, que el orgullo y la altivez desaparecieron y dieron paso a una desesperación enorme por conseguir un trabajo estable, con sueldo fijo. Los proyectos de reconvención de obreros del gobierno, como cursos de gasfitería o carpintería, no funcionaron y las campañas de trabajos temporales que implementaba tampoco.
Es aquí cuando, al ver la cantidad de gente curiosa por conocer una mina, surge la idea de explotar el turismo carbonífero. Así se idearon paseos por la mina “El Chiflón del Diablo”, rebautizada así por la obra de Baldomero Lillo, donde menciona un pique terrible con ese nombre. Se contrataron cuatro ex mineros para hacer los tours, para que pudieran relatar sus propias experiencias, y se creó un circuito por la ciudad, que incluye el Parque Isidora Goyenechea, el museo interactivo Big Bang, el Museo Histórico de Lota y la central hidroeléctrica Chivilingo.
Es en este momento cuando los turistas empiezan a tomar en cuenta a Lota para las excursiones y para pasar un buen rato aprendiendo además un poco de historia. Así, las calles de adoquines, las viviendas típicas de los trabajadores y los piques abandonados ganan otro significado y pasan de ser construcciones roñosas a ambientar una ciudad que trata de rescatar su antiguo espíritu.
El éxito ha sido tan grande, que ya se ha modificado el paseo por la mina para que la gente pueda volver y descubrir nuevos túneles, también se han recuperado casas y calles, e incluso se le postula a ser Monumento de la Humanidad por la UNESCO, debido a su gran valor histórico.

Un ex minero se pone su casco gris y le habla con voz estertórea a la concurrencia, que puede componerse de familias, estudiantes y personas de variadas edades que lo miran debajo de sus cascos amarillos. Suspira y empieza el recorrido a la mina, su amante durante tantos años y que ahora lo recibe con sus brazos abiertos, esperando cada visita para salir de la soledad.
Esa es la realidad de Lota, pueblo minero del sur y que alguna vez fue la fuente de oro negro del país, muchos, muchos años atrás.