Por Catalina Gaete
La Educación Técnico y Profesional en Chile se remonta a mediados del siglo XIX, cuando Manuel Bulnes funda oficialmente la Escuela de Artes y Oficios, en 1849. La creación de este establecimiento educacional responde a la creciente necesidad de impartir enseñanza técnica; una necesidad que proviene de la anticipación de los gobiernos de esa época a la fuerte industrialización que viviría el país, entrando en el siglo XX. Como también, representaba una oportunidad ideal para cientos de jóvenes que no conseguían (siquiera intentaban) ingresar a la educación impartida por las Universidades de Chile y Católica. Así se intentaba reducir la desigualdad social y se otorgaba conocimientos y opciones de empleo a muchos jóvenes.
Desde el 2006 hasta el presente año, los estudiantes secundarios y universitarios se han encargado de posicionar los problemas que aquejan al sistema educacional en Chile, generando conciencia y cuestionamientos de la sociedad sobre la materia.
Sin embargo, la Educación Técnica y Profesional, importante y complejo sector educacional, ha sido escasamente abordada por estas movilizaciones. Educación que hoy alberga a más de 400 mil estudiantes
Por esto, reconsiderar y volver a discutir los beneficios y desventajas de éste sistema educacional, anexo al tradicional, debe ser una necesidad. Un tema que debe ser abordado, principalmente, porque se ha comprobado, de acuerdo a la experiencia extranjera, que para un mayor y más equilibrado desarrollo económico y social del país, la fuerza laboral no debe estar integrada sólo por profesionales de nivel superior, sino equilibrada entre éstos y los profesionales de nivel técnico.
Ya en pleno siglo XX, los estudiantes de estas escuelas técnicas aspiraban a que sus instituciones se transformaban en universidades; aspiraciones que fueron finalmente concretadas en 1947 por el presidente Gabriel González Videla, quien funda, sobre las antiguas bases de la Escuela de Artes y Oficios, la Universidad Técnica del Estado.
Con la creación de la que actualmente es la Universidad de Santiago (USACH), las bases técnicas de esta antigua escuela fueron finalmente transformadas y dirigidas hacia la educación secundaria, respondiendo a la misma necesidad que imperaba a fines del siglo XIX, pero acentuando estos requerimientos en la desigualdad social y la falta de empleo.
Los alumnos de Colegios Técnicos y Profesionales, actualmente, son estudiantes que gozan de la seguridad que un título profesional les otorga, teniendo, en promedio, solo 18 años. Siendo, tan jóvenes, un sustento económico para sus familias y comenzando su carrera laboral con mayor anticipación que alumnos de la educación tradicional.
Son las ventajas de un sistema que, de todas formas está mal regulado. Las enseñanzas que reciben los estudiantes, al interior de estos establecimientos, están escasamente normadas por el Ministerio de Educación y otros organismos gubernamentales.
Las expectativas laborales de las especialidades que se imparten son evaluadas por el mismo establecimiento, a pesar de la existencia de una comisión ministerial que, supuestamente, debe acreditar estas profesiones anualmente. Sin embargo, la comisión no realiza trabajo en terreno, no evalúa la competencia de los docentes y sólo exige, cada año, un correcto perfil de egreso.
La destituida ministra de educación, Yasna Provoste, lideró algunos acuerdos en materia técnico-profesional, reforzando las relaciones entre este tipo de instituciones y el mundo empresarial, a través de acuerdos en prácticas y formación, pero desatendiendo el nivel de la calidad en la enseñanza y su fiscalización.
Pero, atendiendo a las facilidades económicas y educacionales que presentan algunos centros de formación técnica, institutos profesionales y universidades, y a las mayores oportunidades que hoy presenta nuestra sociedad, en comparación con el siglo pasado, aún prevalece en nuestra sociedad la convicción de que la educación técnico profesional es totalmente necesaria y se justifica su existencia debido a las competencias empresariales que genera en los jóvenes a tan temprana edad y a la formación comercial o industrial alcanzada de manera anticipada. ¿Es esto realidad? ¿Se justifica aún la existencia de la educación técnico profesional en Chile?
Como se mencionó anteriormente, la educación ofrecida por estos colegios es precariamente fiscalizada, tanto la enseñanza técnica, como la que corresponde a las materias científicas y humanistas. Las horas en que los alumnos aprenden matemáticas, ciencias, historia, lenguaje e ingles, son escasas, siendo, generalmente, sólo tres horas semanales para cada uno de estos ramos, ya que priorizan la educación técnica, en ramos como “Comercio Electrónico” (en la especialidad de ventas), donde, durante cinco horas semanales, les enseñan a los alumnos a hacer sitios virtuales y a manejar transacciones comerciales vía Internet.
La formación de estos alumnos es superior en ramos técnicos, comerciales e industriales, evidentemente, a los que dedican un mínimo de 26 horas semanales. Sin embargo, la enseñanza tradicional es de incuestionable necesidad y debe ser ineludible para todas las instituciones educacionales. Son los conocimientos y competencias que si bien, no serán parte del curriculum que el alumno egresado presentará ante una empresa, serán la base para cualquier actividad que el estudiante quiera emprender, incluyendo la práctica laboral.
Hoy, las oportunidades de acceder a la educación superior son, sin duda, mayores que las opciones existentes en épocas anteriores. Los créditos estatales, becas de excelencia académica o las becas otorgadas según nivel socioeconómico abren las puertas a todas esas familias que vieron en las escuelas técnicas y profesionales la única oportunidad que tenían sus hijos para emprender. Hoy, éstos jóvenes tienen la ocasión de complementar su educación técnica secundaria con la educación superior y aspirar a cielos más altos.
No podemos negar los beneficios y ventajas que presenta este tipo de educación, por lo tanto aún se justifica su utilidad. Sólo un 10,5% de nuestros trabajadores corresponden al sector técnico profesional; un bajo porcentaje comparado con el 32,6% de Finlandia, un país del primer mundo, que debe, en parte, su audaz desarrollo a esta gran fuerza laboral técnica. En Chile, más de 400 mil alumnos reciben formación técnico profesional, en la actualidad, los que apenas egresan de este nivel intermedio, engrosan los porcentajes de trabajadores técnicos en nuestro país –junto a los egresados de Centros de Formación Técnica e Institutos Profesionales-, por lo que son cifras que no deben ser disminuidas
Estos estudiantes, en su mayoría (más de la mitad), ejercen y trabajan gracias a su formación técnica, para posteriormente -un número más reducido de estos estudiantes- ingresar a la especialización de su formación en la educación superior.
Por estas aspiraciones de, por lo menos, un tercio de los egresados de instituciones técnicas, se debe evitar que éstas caigan en la burda creencia de que esos jóvenes no necesitan saber de procesos históricos, o que no necesiten saber matemáticas más que para cuadrar el balance general en contabilidad. Se requiere mayor regulación en las materias y ramos que se imparten, tanto en el sector técnico, como en el tradicional, para que la fusión de ambas áreas potencie al estudiante, evitando que se vea perjudicado por la maximización de una y la ausencia de la otra.
Pero, definitivamente, y anticipándonos a los nuevos desafíos que nos depara nuestro sistema económico, es totalmente pertinente, según las estadísticas analizadas y las realidades contrastadas, la existencia de este sistema educacional alternativo, que no sólo le otorga oportunidades a miles de jóvenes, sino que además, nos cerca de estándares de producción mundial, lo que esperamos, se traduzca en un mayor desarrollo económico y social, y por supuesto, más equitativo.